Verano. La crisis sigue, pero llega las fiestas a nuestros
pueblos, y esto , lo sentimos, pero no se perdona. Tiempo habrá (¡ay!, que más
quisiéramos que apartaran de nosotros este cáliz), para lamentar esta terrible
losa que como una maldición estos dioses del euro de los reinos (y las
repúblicas) del Norte han colocado sobre nuestros hombros. Pero ahora no,
ahora hay tregua, por unas horas, por nos días escasos, nuestros pueblos se
sumergen en el barroco de los sueños, cuales calderones embarcados en el olvido
de una realidad dura, cruda y cruel; una
realidad insoslayable, porque dicen que hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades, y sin embargo, yo miro a
mi alrededor y sólo veo gente sencilla, que coge sus judías, como siempre,
bueno, este año con la sequía menos que
otras veces, gente que vive como siempre ha vivido con sus trabajos y en sus
cosas; pero pones la radio o ves la televisión y parece que tuvieras que ir
corriendo a confesarte de pecados de despilfarro inconfesables,
porque con la que está cayendo…
De modo que empiezas a preguntarte, ¿pero bueno, qué he
hecho yo para merecer esto?, y seguramente, muchas otras preguntas más…
Pero hoy, ya digo, hay tregua, hoy es fiesta y los pueblos y sus citas
anuales de ocio con sus evocaciones atávicas, nos dan un respiro y evaden.
Mañana será otro día, pero ahora, el Redoble, la jota de Guadalupe, el Candil y
este grupo de coros y danzas “Los
Panderos del Ramo” de Berzocana (medio paisanos), que con su entrega y buen
hacer nos han hecho pasar una tarde estival de julio entrañable, nos invitan a vivir
la vida auténtica y sentir que aunque afuera los vientos de la macroeconomía
que soplan del Norte nos doblen, nuestras raíces son fuertes y profundas y el
tallo lo tenemos flexible: No nos romperán.
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